Me compraré un rotuladorQuién le iba a decir a ella, tres años después de sentarse ante esa cartilla cuya portada era tan horrenda, que iba a agradecer tanto a aquella maestra que le enseñase para qué servía. Ahora la portada no era mucho más bonita, pero la edición era más antigua, lo cual le confería un toque señorial. Ante ella se hallaban ochocientas tres páginas dispuestas a ser devoradas. Empezó con apremio, como quien cree emprender una tarea inabarcable.Todas las familias dichosas se parecen, y las desgraciadas, lo son cada una a su manera. Automáticamente su cerebro cambió “familias” por “niñas”, y “son” por “somos”. Quedaba, en su percepción infantil, una eternidad como para prever el divorcio de Ana y Karenin, y ella se sentía tan a su manera, no sólo en su tristeza sino en su existencia, que prefería hundirse en ese océano de letras entre las cuales nadie hacía preguntas, nadie murmuraba, nadie se reía de ella, porque en esa escena ella no era más que un observador omnisciente en el que nadie repara. Entre esas páginas ella era ajena a las miradas de preocupación de su madre mientras pensaba por qué su hija no era como el resto de niñas. ¿Qué le importa? ¿Por qué se preocupan tanto por mí? Probablemente porque perciben que en todo eso hay algo que no pueden comprender. No lo decía ella, sino Vronski, que poco después continuaba con unas palabras que la impactaron tanto, en las que, precísamente por ese hecho, ella se prohibió detenerse. Y los demás se obstinan en enseñarnos a vivir. No tienen ni idea de lo que es la felicidad, ignoran que sin ese amor no habría para nosotros ni alegría ni dolor en el mundo, y la vida misma no existiría. Prosiguió enfrascada en su lectura. Todo exceso de humildad trae en la mayoría de la gente una reacción violenta. No entendió el significado de esa frase, pero durante unos instantes la retuvo sin saber que, entre otras cosas, la idea que trataba de transmitir el autor iba a dar sentido a gran parte de lo que le iba a suceder en el futuro. La lectura la absorbía, y, al mismo tiempo, la absolvía del pecado de la distinción, de la diferencia, de la rareza de la que huye una niña que es capaz de escapar únicamente como sólo unos pocos lo hacen, leyendo, lo que la vuelve a sumir en esa minoría absoluta a la que ya se siente íntimamente ligada. El libro, y ella eran sólo el libro. No necesitaba más. Aprendió a reducir únicamente sus deseos a sus necesidades desde el mismo día en el que abrió aquella cartilla y empezó a leer “mimamámemima”, en lugar de aquel “mipapámemima” que ella tanto habría deseado. Sin embargo, aunque al principio resultara tan imposible como las grandes empresas en sus comienzos, el libro se terminaba. Triste, llegó al último párrafo. Yo sentiré siempre una barrera entre el santuario de mi alma y el alma de los demás. "Y yo también". No se resignaba a terminar el libro, a salir de él, a abandonar la aspereza de las páginas de la novela para volver al tacto de la realidad, así que decidió echar la vista atrás. Seguro que su memoria ya había olvidado muchos de los detalles que en algún momento habían sido relevantes. Al retroceder se quedó atónita. Impávida. Impertérrita. Y lo que es peor, sin más sinónimos que reafirmaran su estado. No podía ser. Las ochocientas una páginas anteriores estaban en blanco. Enmudeció. No fue capaz ni de llorar. Segundos después, sabiéndose desprovista de los más de ocho centenares de cuadros literarios de los que había disfrutado, decidió terminar el libro. Aunque lo terminara, mientras no lo cerrase, conservaría al menos el último y el penúltimo vestigio de un tesoro, un escenario en el que se encontraba satisfecha consigo misma precisamente porque no formaba parte de él. ¡Qué importa! Mi vida interior ya no estará a merced de los acontecimientos. Cada minuto de mi vida tendrá un sentido indiscutible, y en mi poder estará imprimirlo a cada una de mis acciones: ¡el sentido del bien! Rompió a Llorar. Primero dos lagrimitas que presagiaban la tormenta y que le regalaron el tiempo justo para ir hasta la puerta y cerrarla, evitando así que su madre se percatara del asunto. Después un torrente. La vista se le nubló. Soltó el libro para secarse los ojos. Igual que a Levin, a ella ahora tampoco le importaba Era consciente de que la lección que había aprendido a través de ese relato, y que en ese momento se manifestaba de una forma tan primaria que ella no había sido capaz de prever, era y es indeleble. Palabras para el blogcionario: libro, detalle, página, puerta, momento, lección. Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://insectopia.blogalia.com//trackbacks/44605
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